Si claro, nos perdimos ese día de pasar un agradable rato en la arena, y también entre olas, pero solos y viendo que esos cuatro bogas se nos venían encima o de pronto era sólo paranoia nuestra o mía. De todos modos en un sitio tan extenso y solo, completamente solo, corríamos el riesgo de ser atacados y hasta quién sabe que otras barbaridades más. Y las intenciones de ellos eran claras, muy claras; al menos eso parecía.
Corrimos sobre esa arena caliente y los pies terminaron por ampollarse. Algunas ampollas se reventaron y la piel de las plantas lacerada por el roce con la arena y las piedras sangraba. El ardor era insoportable. Ella lloraba y durante un largo trecho la llevé en brazos, parecía una nenita. Habíamos salido de la arena pero el asfalto estaba caliente y blando. No teníamos calzado, lo habíamos dejado en la playa al salir corriendo.
A la sombra de un trupillo nos tiramos al suelo y allí, recostados al árbol, logramos descansar. Ursula alcanzó a dormir, hasta roncó. Yo velé su sueño por largo rato hasta cuando un taxista se detuvo y se ofreció a llevarnos.
Había dicho Antonio, días después, cuando nos encontramos en el Café Bucaramanga
Excelente, cada vez se vuelve mas interesante. Esperamos que el final sea una hermosa fantasía.
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