sábado, 6 de marzo de 2010

Cuando el sueño no llega

En una de estas noches, ya pasadas afortunadamente , fui presa de un implacable ataque de insomnio. Seguí las recomendaciones que acostumbran para estos casos: tomé medio vaso de leche tibia, nada sucedió; bebí un vaso de agua azucarada, tampoco. Traté de leer y lo que hice fue pasar hijas y manosear libros y revistas.

Opté por levantarme y encendí el televisor. Estaban en uno de esos programas concurso de medianoche en los que formulan preguntas para cinco respuestas facilísimas de resolver, y de hecho las resolví enseguida, pero lo simpático del asunto es que nadie llama o mejor dicho no entra ninguna llamada. La presentadora mejora las ofertas e intenta dar pistas, se desespera, se torna de un semblante excitante, con los ojos ardientes y los labios humedecidos y brillantes, pero nadie llama, y el sueño, como el ganador, nada que aparece.

Recordé el tradicional y supuestamente efectivo sistema de contar ovejas. Me relajé contando del cincuenta al cero y las ovejitas, blancas ellas, empezaron a saltar la cerca: una, dos, tres… hasta que de pronto apareció la resabiada que no saltó, y perdí la cuenta. Volví a comenzar y llegaron unas intrépidas, de lana roja, que detenían el salto sobre el larguero de la cerca y se ponían a hacer malabares y pasos de champeta, mientras las otras les gritaban emocionadas: “bailarina, tírate un paso”.

Cuando se calmó ese ovejuno relajo reinicié el conteo. Ya casi entraba en las profundidades de lo misteriosos y oscuro de la mente cuando empezaron a llegar unas ovejas con vistosas camisetas con los colores del rentado nacional de fútbol y más atrás otras con todos los colores de los grupos y candidatos políticos para las elecciones, alentadas por carros con bocinas y perifoneadores.

En definitiva me levanté de la cama, fui hasta la cocina y, en mi greca italiana hecha en Venezuela, me preparé un café tinto bien fuerte. Provisto de un jarro con la humeante infusión me senté a la puerta de la calle, para ver pasar la gente que ponía en actividad el nuevo día mientras el viejo sol se desperezaba detrás de la Sierra.