El
Campanilleo anunciaba la aproximación del pequeño carro tanque de dos ruedas de
caucho, movido por la tracción de un burro, que traía el gas o petróleo y que
después llamaron querosén. La parte delantera de la carrocería estaba provista
de techo para proteger al conductor del sol y de la lluvia, y la trasera de un
tanque cilíndrico grande con una llave en la parte baja de la tapa posterior.
En estos carros vendían a domicilio el combustible para las lámparas y en
especial para las estufas de la época. (50 – 60
La más
afamada estufa de ese entonces era la Perfectión, distribuida por el almacén Solano
Hnos. A un lado de estas estufas salía un tubo con un dispensador sobre el cual
se colocaba un botellón de vidrio que contenía el gas-oil.
En
muchas casas de aquella Santa Marta se cocinaba con carbón o leña. Los burros
cargados con bultos de estos combustibles circulaban por calles y carreras,
llevados de cabestro por el vendedor quien pregonaba sus ofertas.
Al lado
de la estación de energía eléctrica El Pueblito funcionaba la fábrica de hielo,
ésta tenía un depósito en la calle de la Acequia entre carrera quinta y sexta,
allí se agolpaba a diario la flota de carritos amarillos que distribuían el
hielo por toda la ciudad.
Eran
carros jalonados por burros o mulas, que tenían sobre la carrocería un cajón
pintado de amarillo con la palabra hielo a cada lado. En la parte trasera tenía
una compuerta deslizable hacia arriba por donde con la ayuda de unos garfios en
forma de tijeras, el conductor y vendedor jalaba el bloque de hielo, que
cortaba con precisión piqueteándolo con un punzón.
No
habían llegado los refrigeradores aún. Las tiendas tenían unos cajones grandes de
madera, como baúles, donde echaban hielo picado para enfriar las bebidas
embotelladas. En las casas donde no había nevera compraban pedazos de hielo
para mantener agua fría durante el día.
Los
carros de tracción animal que se ven en el interior del país tienen cuatro
llantas, lo cual hace más ligera la carga y menos fatigoso el esfuerzo para el
animal. En los últimos tiempos esta clase de carros se ven circular en la
ciudad. Muchos de ellos utilizados para vender frutas y verduras, voceando las
ofertas con la ayuda del sonido estridente de un megáfono.
En
varias ocasiones he visto en plana calle
una mula o un burro derribado de agotamiento por el exceso de carga. Sin
exagerar, en esos momentos el animal tiene la mirada de una persona desesperanzada,
pidiendo clemencia al casi siempre molesto conductor que a patadas y madrazos
pretende que el agobiado cuadrúpedo se levante. Con los carros de cuatro ruedas
ese problema ha disminuido, y muchas veces se ve pasar una carro de esos con el
burro o la mula al trote, con expresión de sonrisa y mascando chicle