sábado, 26 de septiembre de 2009

Dos visiones ante la muerte

Sólo se oye el sonido pedregoso al resbalar el ataúd dentro del cañón del mausoleo. Después el rastrillar de la llana esparciendo la mezcla húmeda de cemento y arena para sellar la placa de concreto al cierre de la sepultura.
Los familiares y amigos se retiran apesadumbrados, sollozantes algunos, pero todos saben que ahí queda. El amigo o familiar ha muerto; eso de por sí trastorna el orden sentimental de los allegados. Ha habido un rompimiento de relaciones directas entre los que sobreviven y el fallecido, mas el hecho de que el cuerpo de éste permanezca próximo da un alivio o consuelo en la pena. Ésta se hace menos dramática.
Es posible para los deudos visitar la tumba, donde una lápida de mármol identifica el nombre de quien allí reposa. Las visitas pueden ser a diario, en los primeros días, semanal, mensual y luego por fechas especiales: cumpleaños, aniversarios, día de los difuntos.
La pena por los difuntos cuyos cuerpos son inhumados en sepulturas se va diluyendo lentamente, con el tiempo. La primera etapa dura entre dos y medio y tres años. Los deudos saben y cuentan con que el cuerpo del ser querido que falleció está ahí, haciendo caso omiso del proceso natural de descomposición. Es tanto así como una esperanza, aunque incierta, pero está en un lugar donde visitarlo, hablarle y llevarle flores. Eso es, en cierta manera, un consuelo.
Pasado el tiempo los restos son trasladados a un osario. Es una especie de segundo funeral, aunque sencillo. Ya el pesar, el dolor y la pena han tomado condiciones llevaderas, los familiares se han acostumbrado a la ausencia permanente.
En días pasados murió un amigo. Estuve en la funeraria y también acompañe a familiares y amigos en los rituales fúnebres, y hasta ayude a cargar el cofre hasta la carroza, cuando ya salía el cortejo.
Detrás de la carroza fúnebre partieron un bus y varios vehículos particulares con amigos y familiares. Salieron en caravana para Barranquilla donde el cuerpo de mi amigo sería cremado.
Yo no fui, permanecí de pie viendo salir los vehículos, y los seguí con la vista hasta cuando se perdieron en la distancia, confundidos con otros, y mi mirada se perdió también entre cosas y nada.
De pronto reaccioné y caí en la cuenta que el cadáver de mi amigo sería incinerado. Que en cuestión de algunas horas toda su dimensión física quedaría convertida en algo menos de una libra de ceniza. Sentí un vacio en el estomago y permanecí un buen rato enredado en un cruce de ideas vagas y difusas, como inmerso en una extraña nebulosa.
La cremación del cadáver de un allegado propicia una ruptura brusca, violenta de la relación que hubo en vida. Nos enfrenta de un solo golpe con la realidad de la muerte: no está, definitivamente ya no está más, nunca más. Esa es la cruda verdad con que la cremación nos enfrenta de una vez, súbitamente y no en forma dosificada como en la inhumación.

3 comentarios:

  1. Marqué "Excelente" en este comentario de tu blog. Sin duda te referiste a Santiago y las amistades que dejó tras una vida plena de nobleza. Felicitaciones por el buen trato del lenguaje, pero más por el sentimiento que, intacto, logras pasar de tu espíritu al de los lectores, aun al de los lectores que no conocieron a 'Chago'.
    José Alejandro

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  2. erre
    Excelente
    Saludos
    Anibal Ceballos Camargo

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  3. Aja...¿Que paso con aquello de que nada se termina, todo se transforma?
    Hay algo brusco en la cremaciòn definible como trauma "Post Muerte": Ademàs de muerto; Evaporado de una...
    Excelente trabajo el del Colibri.
    Un Abrazo Samario desde Bogotà.

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