jueves, 27 de mayo de 2010

El enigma de Irma J.

Irma J. llegó esa mañana temprano, envuelta en un torbellino de olores a flores y a vegetales de campo ribereño. Se diría que olores primaverales, pero qué sé yo de eso.

Con sus ojos de miel y mirada enigmática, sus labios de fruta madura y voz cual canto de ninfas en madrugada lluviosa. Su andar firme, decidido y con esa cadencia que le propiciaba un toque de desparpajo.

Apareció ella y llenó espacios. Como sus encantos y hechizos su presencia fue intermitente, de apariciones inesperadas y estancias furtivas. Nos encontrábamos sin cita previa, mas parecía como si estuviese programada. Fue una época de encuentros intensos, con sabor a mar y olor a arena húmeda, bajo un sol de todo el día hasta llegar al ocaso y hacer parte de las siluetas del paisaje.

Desaparecimos un día. Sin despedida. Cada cual para un extremo. Con fragmentos estáticos de un recuerdo. Para de pronto más tarde un encuentro inesperado en un sitio distante y ajeno a ambos; casualidades o tretas del destino, habrá que decir, para no entrar en otras consideraciones. Se agitaba de nuevo ese ardor de fuego interior para fundirnos una vez más en ese delicioso infierno.

Así siguió la vida, cada cual con la suya. Con encuentros y desencuentros distanciados en el tiempo y el espacio, pero cada reencuentro borraba las distancias y las demoras para dar continuidad a una sola presencia.

Es un enigma, no para descifrar o entenderlo sino sólo para vivirlo, y como enigma se fue perdiendo en el tiempo. Se hicieron más distantes y lejanos los encuentros. Los recuerdos se convirtieron en relámpagos del instante.

Con sus ojos de miel, sus cabellos de oro-cobre, largos y agitados por la brisa marina, Toda ella como una pintura sobre la arena, se fue desintegrando con el barrer de las olas hasta perderse en la espuma

Se fue. Ni en la arena ni en las olas. No está ya, al menos al alcance, como ida para siempre sin dobles de campanas, sin misa ni responso.

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