martes, 22 de diciembre de 2009

Hacer el pesebre

La Navidad, en ese entonces, comenzaba el 16 de diciembre con la novena del Niño-Dios. El 15 por la mañana llegaba el señor Manuel Alejandro Cabas. Debíamos tener listos los huacales y cajas, el papel encerado y los chinches. Con agilidad de experto, a partir de una mesa como eje central y huacales y cajas sobre y en torno a ésta, comenzaba desde arriba a moldear el papel. Aparecían montañas, grutas y valles. En minutos quedaba armado el pesebre. La tía le entregaba un billetico verde, discretamente doblado. 

Así lo hizo durante varios años, hasta uno en que no llegó el 15 sino el 16. Dijo que ese era el día en que debía armarse porque ese era el día en que empezaba la novena, y que buscáramos quien lo hiciera el año siguiente. El año siguiente y los demás fui yo quien estuvo a cargo de armar el pesebre.



Era ésta una de las cosas en que más gozaba la tía, y donde quiera que viajaba siempre estuvo pendiente de traer cositas y checheritos para la decoración: la monjita dando maíz a los pollitos, de Panamá; la iglesia en cerámica, de Tunja; las bailarinas, de España; los toros y caballos, de la Feria de Manizales; las casitas de cartón, de Cali; la imágenes en yeso de María, José, el niño y demás, de Roma, que no era recuerdo de ningún viaje sino un regalo de las hermanas Amalia y Rosa Ferrara.


Para mí era una entretención armar el pesebre. El de la casa, cuando niño, era cargado de instalaciones de foquitos ajicitos y de los otros que venían en paralelo; también tenía bombillos de colores a ciento veinte voltios con los que producíamos efectos de atardeceres y amaneceres. Las instalaciones eléctricas eran complicadas y se puede decir que entre corrientazos y cortos circuitos aprendí fundamentos de electricidad.


El pesebre o nacimiento se erigía en la sala, que estaba provista de dos grandes ventanales; a la hora de la novena la gente se agolpaba para presenciar el rezo y el canto de villancicos, y apreciar la monumental obra de papeles, cajones y luces.


Todos los años, al acercarse diciembre, comenzabamos los preparativos con la Tía. Revisábamos las instalaciones eléctricas, buscábamos los papeles y la pajita que habíamos de teñir con anilina verde que comprábamos en la Estrella Matutina. Visitábamos, también, al señor Pájaro para proveernos de huacales.


No faltaban las subidas a los cerros en búsqueda de plantas espinosas. Siempre traíamos algunos cactus y otros palitroques secos, además de unas cuantas espinas hincadas en piernas, pies y manos.


A veces, a estas alturas de la espiral existencial, creo que esa clase de recreación es una de las mil cosas que debemos realizar otra vez antes de morir.

2 comentarios:

  1. Hola, Joaco, muy buena la nota, nos trae la nostalgia precisa de esos días. Los pesebres caseros empezaron a morir cuando a Cajamag se le dio por hacer esos gigantes pesebres animados y todo mundo en Santa Marta quería rezar frente a ellos las novenas. Era como ir a visitar a la amiga en bicicleta y encontrarse con un pretendiente en cipote carro, ya no volvías más. Te faltó recordar los espejitos simulando lagos de un solo cisne y el Niño Dios, que nunca sabíamos por que nacía tan grande como sus papás José y María. Armar el pesebre era una labor que nos daba caché a los afortunados "iniciados" en los misterios de Belén, que siempre era recompensada con una poderosa mogolla de cincuenta y una fría Ricolita. gracias por hacerme recordar...

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  2. Hola Alvaro, parece que fuimos varios los que notamso que el Niño Dios de los pesebres es demasiado desproporcionado para ser un niño que acaba de nacer. Excepción hecha de que con ese tamaño se esté simbolisando su grandeza

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